Las novedades que está implementando la plataforma convierten a la red social de fotografía en la herramienta de vending definitiva.
Instagram como plataforma para subir imágenes lleva ya mucho entre nosotros, proponiendo en primera instancia un formato de imagen cuadrada y unos filtros que pronto se hicieron hueco en medio de un boom de los smartphones que también estaba comenzando. A lo largo de los años han ido llegando también los vídeos, las galerías de imágenes, los boomerangs y, para culminar la gesta, los Stories. Con un éxito que fue primero moderado, inusual después e ingente en la actualidad, se posiciona como una de las redes sociales por excelencia del momento que presumiendo de contar ya con más de 800 millones de usuarios activos mensuales.
Como en toda red social (y startup, en general), los primeros años fueron las inversiones las que tiraron del carro para poder construir un producto que, además de llamar la atención, consiguiera mantenerse en términos económicos. Con la adquisición por parte de Facebook, que no da puntada sin hilo, y pasado un tiempo, tocó buscar ese cimbreante camino hacia la rentabilidad en el que muchas compañías perecen. Y llegaron los anuncios.
Anuncios en forma de publicación, anuncios que aparecen de la nada entre una historia y otra y anuncios también en la sección de explorar. El precio a pagar por una aplicación gratuita. Pero ¿es Instagram la única que se está lucrando a través de la publicidad en su propia plataforma? La respuesta la conocemos todos: no, no lo es.
Al tiempo que más usuarios hacían uso de la red social, también aparecieron las marcas con perfiles dedicados a promocionar sus productos y, conforme determinados usuarios comenzaron a tener un gran número de seguidores, aumentando la tracción hacia sus publicaciones sobremanera, estas se empezaron a interesar por ellos. Y llegaron las campañas publicitarias con influencers o instagrammers.